En general, no hay obras fáciles; todas
tienen un mayor o menor grado de dificultad, inicialmente comprensiva y
finalmente interpretativa. En sortear esas dificultades consiste justamente el
trabajo que nos exige el texto si queremos sacar a la luz su significado oculto.
Los grandes autores manejan en sus obras
lenguajes complejos, a veces oscuros, a veces claros, a veces exasperantemente
impenetrables y en otras ocasiones capciosamente accesibles y aparentemente
ingenuos, pero no por ello menos profundos. En cualquier caso nos retan a que
descifremos, como buenos lectores, el código implícito puesto por ellos,
consciente e inconscientemente, en sus textos.
Ninguna buena escritura, ningún escritor
creativo y original se puede entender si se lee con facilidad; si los leemos
con facilidad es porque no estamos entendiendo, asevera Estanislao Zuleta.
Pero este entendimiento sólo lo podemos alcanzar
si tenemos un diálogo, que si bien se debe iniciar con el autor, tiene que
extenderse al texto mismo, que siempre nos dice más de lo que el escritor dijo
y quiso decir.
Así
parezca obvio, no podemos perder de vista que para poder interpretar
adecuadamente cualquier texto es necesario empezar por comprender el sentido
literal de éste, el cual es su primer nivel de significado. Nivel que, en el
caso de muchas obras, alcanzarlo ya es todo un reto, incluso para buenos
lectores.
Para poder asimilar un texto y tener un
mapa mental claro de éste es necesario leerlo, releerlo, pensarlo, volverlo a
leer, volverlo a pensar y así hasta que lo interioricemos y lo experimentemos
como propio.
Porque en propio se debe convertir un
texto cuyo código finalmente hemos descifrado e interpretado, fundando así un nuevo
discurso. No el discurso literal del autor. Ese ya está ahí y, por supuesto,
tiene un importante mensaje que tiene que ser la base comprensiva y guía de
cualquier tipo de interpretación que se haga de él, porque, como afirma Umberto
Eco: un texto puede tener múltiples interpretaciones, pero no todas son válidas
ni acertadas.
Aún así, es a la intención lectora, es decir, al discurso interpretativo y crítico que
como lectores elaboramos, al que ahora le queremos dar relevancia por sobre
la intención
del autor y la intención de la obra,
con el fin de estimular el ejercicio interpretativo por parte del lector.
Así conozcamos ya la trama y hasta el
desenlace final de la obra, lo que verdaderamente importa es la nueva y
original interpretación nuestra, que así no sea la mejor ni la más válida, le
confiere un significado único, el que podemos ver en él, el nuestro: “Los
libros -nos dice Umberto Eco en “El Nombre de la Rosa”- no se han hecho para
que creamos lo que dicen, sino para que los analicemos. Cuando cogemos un
libro, no debemos preguntarnos qué dice, sino qué quiere decir,…”
El siguiente aforismo de Lichtenberg resume
perfectamente el presente artículo y nos invita a aventurar más de una
interpretación a partir de su primer nivel de comprensión del significado:
“…un texto es sólo un picnic en el que el
autor pone las palabras y los lectores el sentido.”
¡Hasta pronto!
Fuentes:
Estanislao Zuleta, Ensayos Selectos.
Medellín, Ediciones Autores Antioqueños, 1992. Vol. 76.
Umberto Eco, El Nombre de la Rosa. Bogotá,
Círculo de Lectores, 1980.
Umberto Eco, Los límites de la
interpretación. Bogotá, Ed. Random House
Mondadori, 2013
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