La ruta y enlazamiento de
objetivos que nos proponemos seguir es la siguiente: aprender a leer bien,
con el propósito claro de leer para
aprender; donde aprender es aprender
a pensar; y la tarea de este pensar se debe enfocar finalmente en interpretar y criticar.
Sobre
la base del concepto, expuesto en el artículo anterior, de alfabetismo disfuncional nos proponemos superar dicha “patología” y
alcanzar el objetivo de aprender a leer
bien, pero no al nivel superficial y literal de comprensión del sentido primario
del texto, que es el grado del que la mayoría no pasamos generalmente; no, eso
lo aprendimos en la escuela, pero que muchos no hemos podido superar en el bachillerato y hasta en la universidad.
Sabemos que bajo
el lenguaje de un texto subyace otro lenguaje. Así, bajo el contenido
manifiesto de un texto existe otro contenido tanto o más importante que el
primero, pero que es, en definitiva, otro texto, otro lenguaje, otro
sentido.
Vamos a aprender a leer bien, y para ello
debemos movernos entre estos dos lenguajes, entre estos dos sentidos, entre
estos dos textos. Y aunque a veces esos dos niveles difieren sustancialmente de
sentido el uno del otro, es aquí donde entra en juego nuestra labor reflexiva
de comprensión e interpretación.
No adquirimos
habilidades de buena lectura porque
generalmente leemos textos superfluos, que no invitan a reflexionar sobre su
contenido, a rebatirlo, a cuestionarlo; o que simplemente nos cuentan historias
planas cuyo sentido es evidente y único y por tanto elemental. Nos apegamos a lo
elemental y obvio porque nos evita el trabajo de tener que sacar nuestros
propios razonamientos y conclusiones.
Si tras leer
un texto no aprendimos algo, y éste no nos dio nada en qué pensar,
probablemente fue porque no leímos bien; porque leer bien es aprender y este
aprendizaje se materializa si lo leído nos inspira pensamientos propios, que
son tan valiosos como las ideas expresadas en el texto por su autor.
Tal vez nos
aburre leer porque leemos mal. Si leemos bien, aprendemos. Y nadie se aburre
aprendiendo. Estanislao Zuleta nos decía que leer bien sólo se logra si lo tomamos como “una fiesta del
conocimiento”. Nada hay más placentero que la alegría que se siente al adquirir
un nuevo saber y hasta poder alardear de él, en algunas oportunidades, aunque
sólo sea ante nosotros mismos.
Es más, cuando
aprendemos a leer bien, es decir, a decodificar, comprender e interpretar el
sentido que se oculta bajo el lenguaje manifiesto de un texto, nos hacemos
merecedores a un premio absolutamente invaluable: el placer y el disfrute del
aventurero que encuentra un tesoro escondido y el apasionamiento del arqueólogo que indaga y devela un misterio
largamente oculto.
Así que los
invito a que nos hagamos “buenos escudriñadores de los bajos fondos”, porque según
Nietzsche, es la condición necesaria del buen lector-intérprete.
¡Hasta pronto!
Fuentes:
Isabel Solé.
Estrategias de lectura. Barcelona, Ed. Graó, 2002. 13ª. ed.
Estanislao
Zuleta, Ensayos Selectos. Medellín, Ediciones Autores Antioqueños, 1992. Vol.
76
Michel
Foucault. “Nietzsche, Freud y Marx” en: El psicoanálisis en el materialismo
histórico. Medellín, Ed. Zeta, 1971
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